miércoles, octubre 31, 2007

Lo que soy



¿Cuál es mi naturaleza? No existe. Se va construyendo a medida que voy siendo. Es una funesta obra pasada, que se agolpa en cantidades de polvoriento y oscuro desgano: apenas quiero tomarla... se esfuma. Se supone que podría definirla, definirme, pero más que nada ella tropieza con mis propios y porfiados pasos hacia adelante. Mi forma de ser se pelea consigomisma, no sabe hacer las paces, porque sueña con ser definitivamente algo, y corre en pos de cualquier nuevo olor. Su farsa es eterna. Y medio loca se arranca los cabellos a ver si sufriendo logra detenerse unos segundos. Pero no: huye despavorida de sí misma, apenas existe como una sombra, como un óxido que se pega a lo que ya no es. Trata de sostenerse, pero su luz siempre ilumina fuera, más allá de ella, lejos, donde arden mis voces... mis furtivos pasos. Ella sufre, goza y ríe, a fin de cuentas, después de mí, y en eso debe sentirse: mi esencia no existe más que como un vestigio de vida. Se acumula y se acumula, pero yo no pienso en coleccionar huesos ni trozos de carne magra. No cuando me espera esa enorme sonrisa primaveral: lo que quiero ser... todo.

jueves, octubre 25, 2007

De la censura y otros ingenios

"Estamos condenados a ser libres" (Jean Paul Sartre)

Prohibir ha sido y es una costumbre de vieja data. Parece connatural a la conducta humana. Desde chicos venimos escuchando el "no hagas eso", "déjate de leseras", "eso no lo hacen los niños bien educados", etc. Todo ello apunta, se supone, hacia la formación de buenas personas, a la preservación del bien común. Creo que hasta ahí no es necesario oponerse, y me refiero a que en esa tierna edad la adaptación social sería demasiado difícil o poco fructífera si nos dejasen al acaso, a la suerte o a la buena gana que tuviésemos o no de hacer ‘lo que es debido’. Pero la cuestión no es tan fácil de resolver si pensamos en la llegada a la autonomía moral (14 años aproximadamente), es decir, a la etapa en que ya podemos darnos cuenta y ser responsables de nuestros actos y sus consecuencias. Antes de eso, como es fácil de entender, lo bueno y lo malo dependen en absoluto de lo que nuestros mayores establezcan (heteronomía moral).

Bien, pues. Cuando ya podemos ser responsables debemos serlo. De hecho, así nos lo exigirá la sociedad. Ya no podremos escudarnos en inmadureces de ningún tipo. Todo marchará con un peso extra depositado en nuestros hombros (querámoslo o no).

Hasta ahí, la cosa no parece tan compleja, pero ¿y la censura?

Si alguien pretende censurar a un niño (dadas todas esas razones ya mencionadas) no habrá mayor escándalo, pero a un sujeto autónomo, libre y responsable de sus actos, ¿se le debe censurar?

Pensemos en el bochornoso acto de prohibir legalmente (!) el filme "La última tentación de Cristo", que está orientado precisamente a los adultos capaces de decidir si la ven o no, de acuerdo con sus valores y principios morales. ¿Habrá pensado el censurador en la torpeza o lo paradojal de su conducta cuando se propone impedir la libertad a los seres adultos autónomos? Es decir, la libertad no se puede administrar a la pinta de un 'ser superior', pues ello significaría quitarle el sentido propio a esa idea de libertad. O sea, si alguien es responsable, lo es 100 por 100 y en cada acto consciente de su vida. De lo contrario, habría que aceptar que los censurados se den el lujo de no ser responsables en ciertas ocasiones, cuando les convenga.

Además, ¿quién le da al censurador la categoría de tal?, ¿podríamos todos acceder a ese derecho? , ¿bajo qué parámetros decide censurar (¡Y con el apoyo de la justicia!)? La verdad es que se torna cada vez más confuso y extraño este asunto. Quizá sea porque no estamos acostumbrados a asumirnos como libres o porque las más de las veces nuestra idea de libertad tiene que ver con ideales adolescentes, modas pasajeras vinculadas a una que otra propuesta 'rebelde', que se asemejan demasiado a vulgares quejas infantiles más que a puntos de vista maduros, prontos a ser traducidos en conductas consecuentes. En fin, quizá sea cuestión de aprender a reconocer la fuerza del imperativo sartreano en cada uno de nuestros actos y dejar de ser tan eminentemente pasivos frente a las decisiones que nos afectarán tarde o temprano.

miércoles, octubre 24, 2007

A la locura de ser profesor

Cuando se habla de educación, normalmente aparecen cifras y datos estadísticos que nos permiten comprender mejor los aspectos desde un punto de vista objetivo. Vemos claramente hacia dónde van los esfuerzos macroeconómicos y las tendencias de este importante sector de la realidad social. Y eso está muy bien. Pero parece que cuesta hacer un desenfoque desde el mundo macro y tratar de captar lo micro, el dato que se pierde en la estadística, la pequeña cifra que nadie puede calcular, la riqueza ínfima que termina siendo fundamental, aunque el público jamás se enterará de ella. Estamos hablando del gesto cotidiano, de la palabra honesta, del enorme empuje contra la realidad que nos golpea en la mirada de unos ojitos que recién empiezan a encontrarse con los cuadernos y las obligaciones escolares. Estamos hablando de la voz gastada con generosidad en el rincón perdido de una escuelita rural, de la fortaleza puesta a prueba cuando el bolsillo sigue estando medio vacío, de las horas de lectura para finalmente entregar una sonrisa mejor, tan necesaria como el conocimiento certero. Sí, hablamos de la vocación más loca del mundo, que jamás negará sus ímpetus pedagógicos, porque no sabe de egoísmos, y goza cuando ve aparecer los primeros indicios de unos garabatos que parecen palabras en el cuaderno de caligrafía. Sí, hablamos de nosotros y de nuestra férrea labor cotidiana. Y podemos sentirnos orgullosos, porque hemos actuado bien, con honestidad, con heroísmo: no lo podemos negar... somos profesores.